Nelson Mandela o Madiba, como lo llamó amorosamente su gente, pasó por este mundo y dejó su marca. Su forma de actuar, su decisión dura pero concreta de perdonar a sus verdugos le valió severas críticas. No mandó a hacer ni dirigió desde lo oculto sino que se expuso a actuar para hacer un cambio en nuestro mundo. Solía decir: "soy un político raro, pues reconozco mis errores". Y fue, ciertamente, un político verdadero pues jamás actuó desde otro lugar que no fueran sus profundas convicciones, equivocándose en ocasiones, si, pero encarnando valores supremos, valores humanos y afrontando las consecuencias.
Vivió encarcelado más de 27 años de su vida por rebelarse contra las injusticias del Appartheid. Fue terrorista y facineroso para algunos y un héroe para su pueblo. Dijo alguna vez: "El líder debe estar siempre detrás de su pueblo, sobre todo en los éxitos. Pero en cuestiones de peligro debe estar al frente, sólo así creerán en él."
Cada día durante su cautiverio repitió el poema Invictus de William Ernest Henley.
Out of the night that covers me,
Black as the pit from pole to pole,
I thank whatever gods may be
For my unconquerable soul.
In the fell clutch of circumstance
I have not winced nor cried aloud.
Under the bludgeonings of chance
My head is bloody, but unbowed.
Beyond this place of wrath and tears
Looms but the Horror of the shade,
And yet the menace of the years
Finds and shall find me unafraid.
It matters not how strait the gate,
How charged with punishments the scroll,
I am the master of my fate:
I am the captain of my soul.