El BAFICI presenta este año una cantidad inédita de films, más de 400. Hasta el momento tuve la oportunidad de ver dos de los que participan en la competencia oficial para mejor película internacional. Uno de estos films es Ajami, de producción alemana-israelí, que aborda la violencia entre los civiles que habitan el área de conflicto judío-palestina. Más allá de la línea argumental central, que se basa en el relato que un niño hace de la ola de venganza que se desencadenó con el asesinato casi accidental de un beduino, subyace a esta trama una idea interesante. En mi criterio, Ajami ilustra como la violencia es un río que corre con facilidad y, una vez instalada, arrasa con quienes intentan alejarse o evitarla. Ante un contexto corrupto, resisten algunos personajes que se esfuerzan por evitar que el rencor siga avanzando. Sin embargo, presos de ese medio ambiente, la única salida que estos personajes encuentran es también la agresión convirtiéndose, inevitablemente, en los corderos del sacrificio. El mundo sigue girando luego de estas inmolaciones, eso sí, cada vez más violento, porque los que sobreviven son los que se adaptaron y no cuestionan el orden establecido.
La segunda película que ví tiene un corte más personal y un relato lírico bellísimo. Se trata de Der Räuber, de origen austro-alemán. Con poquísimos diálogos y una actuación sólida, este film relata la vida de un convicto que pasa sus días en la cárcel entrenando persistentemente en el patio del presidio y en una cinta de correr que, de manera excepcional, le permitieron tener en su celda. Al cumplir su condena y volver a la sociedad, Johann sólo quiere continuar corriendo. Sin motivo aparente, reinicia una frenética carrera por robar bancos. Tal como sucede con la niña de las zapatillas rojas, Johann no puede dejar de correr para apreciar la vida que inesperadamente se despliega a su alrededor. Su pasado, su sombra, sus temores son sus verdaderos persecutores. El corte psicológico del relato es fuerte y contundente, la transformación del protagonista, su "calaberización", su verdugo y su fin, inevitables. A diferencia de Vladimir y Estragón, de Esperando a Godot, que matan su espera con una quietud insoportable, Johann decide correr en círculos hasta agotar por completo su angustia por la libertad.
domingo, 11 de abril de 2010
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