Ha pasado más de una década y seguramente mi visión de la cinematografía ha evolucionado. Siento un orgullo infantil al disectar y analizar obras, al transitarlas como puentes que me unen a miles de kilómetros y, en ocasiones, a miles de décadas con su autor, con su idea, con su concepto. Aún así, con Malick vuelvo a sentirme una niña llena de interrogantes: ¿hacia dónde va ahora?¿qué me quiere decir con esto? Casi ningún esfuerzo intelectual es, sin embargo, gratificado por este director. A pesar de que su filmografía se ancla fuertemente en sus estudios filosóficos y teológicos y que no hay duda de su alto grado de elaboración intelectual, Malick pide y ofrece otra cosa:
"Abre tu corazón"
"Entrégate"
"Confía"
"Sólo sé"
Y una no puede más que estar agradecida porque todavía queden en los cines de shopping algunos dinosaurios que nos convoquen a la existencia, que nos seduzcan a todos (incluso a los muchos que llamaron a El árbol de la vida, "la peor película que habían visto en sus vidas"), que nos interpelen en lo más profundo de nuestro ser.
¿Es posible que la más bella de las almas se corrompa ante el dolor? ¿Es posible que la enseñanza más profunda y transformadora provenga de experimentarlo justo con aquellos que más nos aman y a quienes más amamos?
Estoy segura que éstas y otras preguntas que ni siquiera puedo formular conscientemente se dispararon como ecos sobre mi alma y, también, sobre la de los que comían pochoclos. No hay nada de peyorativo en esta oración, simplemente recordar que más allá de todo y aún de nosotros mismos, todos estamos en este mundo en trascendencia. Si el entretenimiento puede hacer esto por nosotros, vale la pena al menos intentarlo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario