miércoles, 21 de octubre de 2009

Abigail Adams

Hoy, en un capítulo de "The actor's studio" (que en la Argentina lo emite People & Arts) en el que James Lipton entrevistaba a la actriz norteamericana Laura Linney recordé una de las series televisivas más interesantes que ví en los últimos tiempos. Se trata de "John Adams" (acá se transmitió por HBO), protagonizada por Paul Giamatti y la misma Linney.

La historia de esta serie se centra en la vida de John Adams, uno de los "founding fathers" (padres fundadores) de la revolución norteamericana (1776), junto a George Washington (primer presidente de Estados Unidos), Benjamin Franklin, Thomas Jefferson y Alexander Hamilton, entre otros.

La serie es impecable por su exhaustividad histórica que se denota no sólo en los vestuarios y decorados sino en los diálogos de sus protagonistas extraídos, en su mayor parte, de sus epistolarios. La serie ilustra claramente cómo el origen de la nación más poderosa de la tierra no se produjo de una manera armónica y lineal sino que fue el fruto de la disputa, el enfrentamiento y la confrontación de las ideas, muchas veces opuestas, de hombres de carne y hueso. Adams, por su parte, no encarnó a la facción más popular y carismática, sino que, por el contrario, intentó durante sus diversas gestiones como funcionario del gobierno revolucionario, vicepresidente y, finalmente, presidente de los Estados Unidos, construir una nación en la que se privilegiara el valor de la vida humana ante propuestas más economicistas, como las que sostenía, por ejemplo, Hamilton.

Por otro lado, sin ser un revolucionario extremo como fue Jefferson, Adams cultivó la sobriedad, la astucia intelectual y la consistencia en su pensamiento a través de los años, aunque sus escasos dones para la diplomacia y la negociación lo obligaron a tomar un camino cada vez más solitario. Sin embargo, esa soledad pública contrastaba con su vida privada ya que siempre fue acompañado intelectual y espiritualmente por su esposa, Abigail. En tiempos de guerra, de luchas internas y de conflictos con sus propios hijos, Abigail fue una brújula inclaudicable en la vida de Adams.

Él que a veces se dejaba llevar por el apasionamiento de la contienda política y el menudeo, sólo recobraba el sentido de su misión cuando Abigail lo arrastraba a los temas relevantes. Así, en 1776, en vísperas de la declaración de la independencia, su esposa le envía a Adams una carta de gran relevancia histórica y simbólica. Esta carta, que Linney recitó maravillosamente en la entrevista que les mencioné, no la interpreto únicamente como una manifestación proto-feminista. Creo que esta carta encierra un profundo humanismo, un deseo de que todos aquellos que habían contribuído para la independencia fueran reconocidos por la naciente nación. Abigail apela al hombre que la ama para que no se olvide de quién es él y que incluya entre sus luchas la lucha de todos los que no tenían voz. Es bella y dura a la vez, aquí se las transcribo:

"En el nuevo código de leyes, que supongo tendráis que redactar, desearía que te acordases de las damas, y que fueses más generoso y condescendiente con ellas que tus antepasados. No pongas un poder tan ilimitado en las manos de los maridos. Recuerda que todos los hombres serían tiranos si pudiesen.
Si no se nos presta especial atención y cuidado a las damas, estamos decididas a organizar una rebelión y no nos consideraremos obligadas a obedecer ninguna ley en la que no hayamos tenido ni voz ni voto.
Que los de tu sexo sois, por naturaleza, tiránicos, es una verdad tan cabalmente establecida que no admite discusión; pero aquellos que deseáis la felicidad, debéis suprimir el duro título de amo por otro mas afectuoso y tierno, como es el de amigo.
Por lo tanto, ¿por qué no dejar fuera de la potestad de los malvados y de los sin ley el poder valerse impunemente de nosotras con crueldad e indignidad? Los hombres sensatos de todas las épocas han sentido aversión por esas costumbres, por las que se nos trata únicamente como esclavas de vuestro sexo."



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